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Robert Walser en uno de sus paseos
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A la gente que va levantando polvo
en un rugiente automóvil les muestro siempre mi rostro malo y duro, y no merecen
otro mejor.
Piensan entonces que soy un
vigilante y policía de paisano, encargado por elevadas autoridades y organismos
de vigilar a los conductores, tomar el número de los vehículos y denunciarlos después.
Siempre miro sombrío a las ruedas,
al conjunto, y nunca a los ocupantes, a los que desprecio, en modo alguno de forma
personal, sino por puro principio; porque no comprendo ni comprenderé nunca que
pueda ser un placer pasar así corriendo ante todas las creaciones y objetos que
muestra nuestra hermosa Tierra, como si uno se hubiera vuelto loco y tuviera que
correr para no desesperarse miserablemente. De hecho, amo el reposo y todo lo
que reposa. Amo el ahorro y la moderación y soy contrario en el nombre de Dios
en lo más hondo de mi ser a toda prisa y atosigamiento. No tengo que decir más
que lo que es verdad. Y seguro que por estas palabras no dejará de haber
automóviles, con ese mal olor que echa a perder el aire, y que sin duda nadie
estima y quiere especialmente. Sería antinatural que la nariz de alguien amara y
aspirase con alegría lo que para cualquier nariz humana como es debido es a veces,
según quizá el humor de que se esté, irritante y aborrecible. Basta, y no lo
tome usted a mal. Y ahora a seguir paseando.
Es divinamente hermoso y bueno, sencillo
y antiquísimo, ir a pie.
Suponiendo que zapatos y botas
estén en condiciones.
Robert Walser
El Paseo. (1917). Editorial Siruela.
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